Y: Oh, catástrofe
(Nuestro mono trágico
Evadido del Zoo
Ha devorado a los
presentes)

j. m. a.


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jueves, 21 de junio de 2012

Viseptol, de George Vasilievici


PRIMERA PARTE

Las acusaciones infundadas

―Habla más despacio, por favor, y más bajo ―me dice al teléfono Ela, mi compañera de piso― no entiendo nada de lo que estás diciendo.
―El-pe-rro! El-pe-rro! ―silabeo yo―. Algo le ocurre. Ha pasado la noche en la calle y… no sé cómo decírtelo…
―Dilo como te salga.
―Se juntó con otros perros callejeros y no quería volver conmigo. Lo estuve llamando inútilmente. Corrí tras él hasta reventar. A duras penas conseguí atraparlo improvisando una correa con una cuerda.
―Te estás andando por las ramas ―me dice Ela con tono burlón―. A mí me parece que vas muy pasado.
―Muy pasado, muy pasado…. cada dos por tres que si vas muy pasado, anda, déjalo, que ya hablaremos nosotros cuando llegues a casa y veas a Rom. Veremos entonces qué dices.
―Mira, no entiendo nada. Además, ahora no tengo tiempo para tonterías, estoy con un cliente. Dime ya lo que tiene el cachorro, que tengo que colgar ― me corta Ela― ¿se encuentra mal? ¿Está herido? No me digas que algún coche lo ha atropellado…
―No. No lo ha atropellado ningún coche. Está contento y tiene ganas de jugar. Solo que…
―¿Solo que qué? ¿Me lo vas a decir o no?
―Es muy grande
―¿Grande?
―Sí. Grande. Muy grande. Ni siquiera cabe por la puerta. Apenas entra.
―Imposible. ¿Qué te has metido?
―¿Quieres parar de una vez con esa mierda? ¿Es que no entiendes lo que te estoy diciendo? ¿Qué demonios hago con él ahora? ¿No puedes llamar al médico, por favor?
―No tengo tiempo, llama tú.
―Venga tía, ya sabes que no tengo crédito. Llámalo y dile que venga.
―No pienso llamarlo para una cosa así. ¿Te has vuelto loco?
―No le digas nada, solo que venga y ya está.
―Y yo te digo que te tranquilices. ¡Venga, que tengo que colgar, adiós! ―y me cuelga el teléfono, sin dejarme decir nada más.

Rom se abalanza sobre la cama arrastrándome a su paso. A pesar de las dimensiones colosales que ha adquirido a lo largo de la noche pasada, es tan manso como antes. Me lame la cara con su enorme lengua mientras doy las gracias a Dios por no haber sido aplastado por sus patas gigantescas. El teléfono suena justo cuando Rom trata de sacar de la habitación, a duras penas, la mitad del cuerpo que había conseguido encajar.

―¿Oye, lleva puesto el collar? ―me pregunta Ela nada más descolgar.
―No tengo ni idea. ¿Quién se fijaría en eso? Quizás debería llamar a la policía.
―Debes estar de broma. ¿Quieres que nos arresten a los dos? Venga, que en tu caso lo entendería pero yo no quiero problemas. Así que hazme el favor de calmarte y decirme de una vez si lleva o no collar, que ya te he dicho que no tengo tiempo.
―Espera, que lo miro ―le digo, tras lo cual aparto el teléfono de la oreja y llamo a Rom, que no tarda demasiado en irrumpir de nuevo en la habitación. Intenta aterrizar en medio de la cama, pero en lugar de eso se da de cabeza contra el techo.
―Madre, qué cabezazo se ha dado este con el techo ―digo, y acerco de nuevo el teléfono―. Sí, lo lleva ―le contesto a Ela.
―¿Y cómo es el collar? ¿Es igual de grande o se ha quedado como antes?
―¿Cómo quieres que se haya quedado como antes, se ha vuelto también grande, no crees que si no lo habría estrangulado?
 ―Venga, tío, que estás fatal. Haz el favor de calmarte y déjame en paz con tus tonterías, que no tengo tiempo. Estás hecho polvo y ahora vienes a joderme a mí. Hablamos por la tarde, cuando llegue a casa. Por cierto, el cachorro se llama Constant.

Y me cuelga de nuevo el teléfono en las narices. No soporto que haga eso, aunque ahora tiene suerte de que esté demasiado abrumado por este estúpido incidente. Puede que sea mejor que me calme y analice más profundamente la situación antes de implicar a las autoridades. De todas formas, no sé cómo podrían resolver ellos el asunto. Van a ver un perro gigante que se les echa encima y no van a pararse a pensar, le van a disparar, y después se van a fumar un pitillo. De camino a la cocina paso por delante del baño y me doy cuenta de que, aunque lo que me ha despertado esta mañana han sido unas ganas de mear tremendas, al ver a Rom me he alarmado de tal manera que lo he olvidado por completo. Incluso me he olvidado de fumar, cosa que no me pasa nunca, al menos no por la mañana, cuando salto de la cama. De pronto caigo en el hecho de que no sé cuánto tiempo ha pasado. Estoy seguro de que todavía no son las ocho de la tarde, ya que de ser así Ela habría vuelto del trabajo. El perro del demonio ha ocupado la habitación de tal modo que no entra ni un rayo de luz por la ventana, me digo intranquilo, y trato de escabullirme a la cocina, pero Rom cree que se trata de un juego y se me adelanta, llenando también de oscuridad esta habitación. Pienso que no es muy adecuado encender un cigarrillo ahora, en estas circunstancias corro el riesgo de sofocarme con el humo. La posibilidad de que todo se termine aquí, en la oscuridad, me ha horrorizado, y un puro instinto de supervivencia me ha impulsado a deslizarme natural y rápidamente por la sedosa oscuridad. Todo ha durado menos de dos minutos y he podido, al fin, respirar aliviado cuando me he visto en la escalera del edificio, fuera de casa. He cerrado con dos vueltas la puerta de abajo sin dejar de prometerme, como cada día, que voy a reparar la cerradura de arriba, que está siempre estropeada. La luz del día me ha golpeado directamente en el cerebro. Me he escondido en seguida tras las gafas de sol y allí me que quedado hasta que ha oscurecido.

Viseptol de George Vasilievici, primer capítulo.
Traducción de la autora de este blog.



Biseptol es el nombre con el que se comercializa en varios países del este de Europa un medicamento genérico antibacteriano utilizado comúnmente en el tratamiento de infecciones respiratorias y gastrointestinales. Se trata de un antibiótico prácticamente inocuo, sin contraindicaciones o efectos secundarios significativos. Vişeptol es, además, el título de la novela póstuma de George Vasilievici (1978-2010), editada por Casa de Pariuri Literare en el año 2011. 

La publicación de Vişeptol fue todo un acontecimiento literario y social, con muchos más efectos secundarios que su homónimo farmacológico. A ello contribuyó sin duda el inesperado suicido de su joven autor, hecho que tiene en muchos casos el dudoso mérito de encumbrar de por sí la obra de cualquier artista que frecuente aquellos espacios tan fascinantes como prohibidos que nos son vedados de forma natural al común de los mortales, y que tienen que ver con el peligro y la proximidad de la muerte. Pese a que su breve e intensa trayectoria artística y su trágica muerte invitaban al fácil ensalzamiento de Vasilievici como paradigma contemporáneo del artista maldito, y a convertirlo en uno de tantos ídolos fugaces posmodernos, la acogida unánimemente favorable de la crítica supuso el reconocimiento público de toda una generación de jóvenes escritores, la llamada Generación del 2000, marcada ante todo por la experiencia post-comunista, que se identifica claramente con la temática de la novela y cuya sensibilidad estética e intereses se encuentran muy alejados de las tendencias precedentes.

De la obra se ha valorado tanto la complejidad de su estructura, con saltos espacio-temporales que la dotan de gran fluidez y de un cierto dinamismo cinematográfico, como la hondura con que el autor penetra en una realidad paralela producto de la alucinación narcótica. El estilo, que recuerda a Willliam Burroughs, duro a la vez que extrañamente sugestivo, inquietante por su densidad lírica, añade a su crudeza la impiedad con que son narradas las experiencias por el personaje protagonista, a lo largo de las cuales se pone de relieve la carga crítica implícita en la alienación de este antihéroe a quien se podría considerar un inadaptado. “Un poema en prosa en el que George Vasilievici ha escrito su ‘psicobiografía‘”, en palabras de la crítica Adela Vlad.