Y: Oh, catástrofe
(Nuestro mono trágico
Evadido del Zoo
Ha devorado a los
presentes)

j. m. a.


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lunes, 24 de enero de 2011

Thomas Pynchon, un escritor...

Confieso que no he leído mucho a Thomas Pynchon. Lo he cogido, lo he vuelto a dejar, lo he abierto y lo he cerrado infinidad de veces. De ahí la íntima satisfacción con que, leyendo el libro Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios[1], llegué a la parte que dice:

“Podría decir que El arco iris de gravedad no podía ser más claro conmigo, estimado Pynchon, que en él has llegado a la conclusión de que la brevedad es la verdadera importancia de nuestra existencia. Y lo desarrollas por extenso. Quisieras seguramente que la extensión de la novela superara la longitud de una vida. El opio es el opio del pueblo, la salvación está en la salvación, ¿para decir esto has necesitado aburrirnos con tu gesto pretencioso a lo largo de mil páginas? ¿Veis? Me enfado.”

De inmediato un pensamiento inquietante truncó mi regocijo: ¿se estará riendo de mí este tipo que se ríe de Pynchon que seguro se habrá reído de mí más de una vez?

No estoy muy segura, pero me suena que el autor anónimo de las misivas dirigidas a Pynchon es una especie de Pierre Menard cabreado, un Pierre Menard a lo bestia; un Pierre Menard harto de ser Pierre Menard. Y  el efecto de sus cartas más o menos así:

Dibujo original de André Masson
Me explico. Hacia 1936 Georges Bataille[2] trató de fundar una sociedad esotérica secreta, Acéphale, con todas las características de una nueva religión. A modo de inauguración planeó decapitar a uno de sus miembros (fig. a), pero la iniciativa fracasó ya que, aunque varias personas se ofrecieron para ser sacrificadas, ninguna quiso ejercer de verdugo. Habrían de pasar años hasta encontrar al verdugo perfecto, Rubén Martín G, con su libro (fig. c) de cantos afilados hasta tal punto que lanzado con tino es capaz de cercenar un pescuezo (CUALQUIER  pescuezo, también el suyo, caballero) con limpieza impecable. El mutilado, Thomas Pynchon (fig. b), se prestó al experimento con el mayor de los entusiasmos, como se deduce de su expresión en esta imagen, en la que aparece sacando la lengua. La importancia de la lengua (fig. d) que Pynchon se obstinó en exhibir durante el sacrificio como un verdadero rolling headstone; no en vano gracias a su lengua Pynchon goza del momento epifánico que lo predispondrá definitivamente a la inmolación: “¿y si la sal de la tierra a que se refiere Mateo no es otra cosa que la tirosina cansada en mi musculosa lengua? ¿Y si, a pesar de todo, he sido Grande?”, nos pareció oirle decir.

Solo una cosa más: ¿han notado ustedes también que el muñequito carece de pene? Efectivamente, pero eso creo que ya son cosas de Bataille[3]. ¿O será que a Rubén y a Alfonso se les volvió a ir la mano con la tijera?


¿Que qué pienso al final? ...aún no sé si alguna vez volveré a leer a Pynchon. Con esto, lo digo todo.




[1] Martín G, Rubén. Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, Alpha Decay, Barcelona, 2010.
[2] Probablemente se estén preguntando: ¿es que esta chica solo lee a Bataille? No, no solo leo a Bataille.
[3] Insisto: no solo leo a Bataille.