Y: Oh, catástrofe
(Nuestro mono trágico
Evadido del Zoo
Ha devorado a los
presentes)

j. m. a.


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jueves, 30 de diciembre de 2010

Elegía al fumador pasivo



Tienes los días contados. Lo sabes, lo sé. Y ello me lleva a dedicarte estas palabras y a dártelas a leer ahora, días antes de tu muerte. Para que te las lleves contigo, para que las recuerdes cuando ya sólo seas cenizas (¿pero no eres ya cenizas?). Para que los demás te recordemos. Porque será tu llama, querido fumador pasivo, sufrido y resignado fumador pasivo, la que a partir del próximo día 2 de enero se extinguirá. Yo, y muchos como yo, lloraremos tu pérdida. He conocido a pocos como tú (no conozco, por ejemplo, ningún otro caso en que a la víctima de una acción llevada a cabo por otro se la designe con la misma acción de que es víctima: entre el agresor y el agredido no existe tal sentimiento de fraternidad, ni entre el estafador y el estafado. El estafado nunca admitiría ser un estafador pasivo, mucho menos un ladrón pasivo, para entendernos).  Por eso me duele que ahora decidas dejarnos. Por eso estas palabras que, antes que una elegía, son un último ruego que se sabe, de antemano, fracasado. El no te vayas por favor sollozado al amante que nos abandona mientras vemos cerrarse la puerta tras él. A ti, amante pasivo, que  con tu gesto único y definitivo, tan brutal como exquisito, me abandonas. Dice  el diccionario de la RAE que pasivo es aquel "sujeto que recibe la acción del agente, sin cooperar con ella. Dicho de una persona: Que deja obrar a los demás, sin hacer por sí cosa alguna." Si hiciéramos nosotros la misma operación que se suele hacer para transformar una frase pasiva en activa, tendríamos entonces que el fumador activo fuma y el pasivo es fumado, es decir, el fumador activo se fuma al pasivo, que fuma a su vez. Tú y yo unidos e indiferenciados, ardiendo y consumiéndonos en medio del humo narcotizante del tabaco. Tal orgía de antropofagia incandescente me hace pensar en Bataille: “y el tormento del amor desencarnado es tanto más simbólico de la verdad última del amor cuando la muerte aproxima y hiere a aquellos a los que el amor une.” En esta atormentada historia de nuestro matrimonio forzoso que pronto llegará a su fin, reconozco las huellas del amor, ahora que la muerte se aproxima; tu afección inconfesable hacia los lugares frecuentados por el fumador, a menudo disfrazada de aversión -debo reconocer que justificada- hacia esos locales minimalistas, tan impolutos como asépticos, ambientados con música relajante y efluvios ambi-pur destinados a clientes no fumadores; las muchas ocasiones en que, durante nuestra época de estudiantes, me confesabas llevar siempre contigo un mechero o unas cerillas aunque no fumaras, para no perder la ocasión de ofrecer fuego a la chica por la que bebías los vientos y provocar de esta manera el primer acercamiento amoroso. Este primer contacto, al que tanta importancia se suele dar en las relaciones de pareja, debía tener lugar entonces irremediablemente envuelto en las etéreas emanaciones causadas por las bocanadas de la chica a su cigarro recién encendido (confieso que muchas veces esa chica quise ser yo), y envueltos en la misma bruma deben conservarse hoy en tu memoria. Porque aún hoy, tomada tu decisión irrevocable, hoy que nos dices adiós, hoy que te revelas con tu sacrificio glorioso contra el horror de la vida, dejándonos solos y doloridos ante ella, ¿serías capaz incluso hoy, fumador pasivo, hypocrite fumeur, cretino, de resistir la tentación si te pidieran fuego tan insignes fumadores como Marlene Dietrich o el reciente premio nobel de la paz, el disidente chino Liu Xiaobo?